martes, 17 de noviembre de 2009

Proceso de protestantización del Catolicismo I

Publicamos un articulo del sacerdote Jesuita Horacio Bojorge ,donde nos da un panorama,como hoy la Tradicion catolica se va protestantizando.





Si el poder político de Constantino y sus sucesores se empeñó en lograr la unidad de la Iglesia católica como un bien político, parecería que el poder político global del mundo moderno favoreciera, por serle más congenial, al cristianismo protestante y la protestantización del catolicismo.



“Desviaciones doctrinales análogas a las que efectuó en su época la Reforma Protestante” SS Paulo VI (27-6-67)

Federico Mihura Seeber, en su introducción al primer tomo de “La Nave y las tempestades”, del P. Alfredo Sáenz S.J., (Ed. Gladius, Buenos Aires 2002) observaba atinadamente, que las olas y los embates sufridos por la Iglesia en el pasado serán los mismos que sufrirá más tarde, “sólo que mucho más graves”. Lo que Mihura Seeber observa acerca de las primeras persecuciones y herejías, vale también para la novena tempestad que el Padre Alfredo Sáenz nos presenta en el volumen titulado: La Reforma Protestante, que acaba de presentarse el 30 de noviembre del 2005 en Buenos Aires, y para el cual fueron escritas las páginas siguientes a modo de estudio preliminar.

En efecto, son numerosas, desde diversos sectores, y muchas de ellas muy cualificadas, las voces que afirman que el catolicismo continúa sufriendo hoy un proceso de protestantización. Un proceso que, según algunas de esas voces, sería aún más severo y más grave hoy que en el pasado. Bien puede decirse, a creerle a esas voces, que el efecto de la Reforma protestante no ha terminado aún y que asistimos en nuestros días a nuevos capítulos de ese proceso y hasta a una radicalización del mismo. De ahí que lo que nos dice en este volumen el Padre Sáenz resulte tan iluminador para comprender muchos hechos de la vida del catolicismo contemporáneo. En muchos aspectos puede comprobarse que la historia continúa.

Creo que la historia nos enseña a descubrir que el espíritu protestante nació en el seno del catolicismo y que sigue naciendo en él y de él. La Reforma protestante brota y sale de la Iglesia católica. Se plantea en sus comienzos como lo auténtico frente a lo inauténtico.

Pero a medida que se aparta de su cuna católica, lo protestante se desvirtúa progresivamente, languidece y muere. Se nutre del vigor católico del que nace y con el que convive, aunque sea en oposición dialéctica. Por eso el protestantismo está decayendo en Europa junto con el catolicismo y en cambio es vigoroso en Latinoamérica donde florece a costa de los remanentes del vigor cultural católico que él consume y destruye a la vez. Se diría que la protestantización es el camino de la autodisolución de lo católico y que por eso lo protestante no es, desde su raíz, algo exterior al catolicismo, sino de algún modo interior a él. Algo que le es tan necesario como las divisiones necesarias de que hablaba San Pablo o como el juanino: “Salieron de entre nosotros porque no eran de los nuestros pero esto sucedió para que se manifestara que no todos son de los nuestros” (1 Juan 2,19).

Por eso, no es mi intento acusar al protestantismo de ser el culpable de los males del catolicismo pasado y actual. Lo que corresponde es alertar al catolicismo acerca de sus propios males, de lo que está dentro de él y es capaz de salir de él y corporeizarse en formas antagónicas exteriores después de haber protagonizado antagonismos intestinos. La ruptura de la comunión suele estar latente, y tiende de suyo a permanecer latente, antes de quedar de manifiesto. Quisiera, pues, poner estas líneas bajo el amparo de las numerosas advertencias de Jesucristo, cuando nos exhorta a vivir en guardia, velando y orando; y nos dice con solícita caridad, transida de preocupación amorosa de hermano mayor: “Cuídense, guárdense” (Marcos 13, 5.9.33.37).

El cuadro clínico de la dolencia protestante según San Ignacio de Loyola


Por protestantización, entendemos un cambio complejo de la fe, de la religiosidad, de la sensibilidad, la piedad y la cultura católica. Se manifiesta principalmente en una disminución del afecto y la adhesión al Papa, a la Eucarística y a María. Este cambio consiste en una ruptura [1] latente con la tradición y la doctrina católicas que comienza como una exigencia de reforma y termina con la ruptura manifiesta con la comunión eclesial. Se ha señalado también que el lenguaje protestante es más bien dialéctico y contrapone los opuestos como disyuntiva: o, o; mientras que el lenguaje católico une los opuestos y los concilia: y, y.

San Ignacio de Loyola nos dejó un diagnóstico y una semiología de la Reforma protestante en sus: Reglas para el sentido verdadero que en la Iglesia militante debemos tener. El título mismo de estas Reglas, nos enseña que la protestantización se presenta ante todo y visiblemente como una crisis del sentido común eclesial, del sentir católico. Para Ignacio, la expresión tiene el mismo sentido que en Pablo, cuando habla de tener un mismo sentir entre los hermanos en la fe y con Cristo: “siendo todos de un mismo sentir [...] tened entre vosotros los mismos sentimientos que Cristo Jesús” (Filipenses 2, 2.5). La tentación ‘protestante’ entendida así, como ruptura de la unidad espiritual, está presente desde los orígenes. La quiebra inicialmente oculta, la ruptura con el sentido común católico, se manifiesta visible y exteriormente en forma de desobediencia: “depuesto todo juicio contrario [elemento interior oculto] debemos tener ánimo aparejado y pronto para obedecer en todo [manifestación externa] a la verdadera esposa de Cristo que es la nuestra santa madre Iglesia jerárquica” (EE 353). La existencia de una voluntad rebelde puede pasar inadvertida para el clínico, si se la toma como una inocente indisciplina.

Pero Ignacio percibió que la desobediencia de los reformadores era, en su esencia, 1) una crisis del sentido de comunión eclesial, 2) un defecto de la fe y 3) un error de la doctrina eclesiológica que implicaba: 4) otros dos errores, uno cristológico y otro pneumatológico.

San Ignacio percibió que la crisis de comunión – oculta bajo apariencia católica todavía o ya abiertamente protestante - pasaba en primer lugar por la pérdida del sentido de obediencia a la “Esposa de Cristo, nuestra santa madre Iglesia jerárquica” [Regla 1ª EE 353]. Una pérdida que se manifestaba en su comienzo principalmente como un debilitamiento de la adhesión al Papa y al sacerdocio ordenado y que podía llegar a convertirse en una aversión violenta y en una abierta rebelión. A esta debilidad o quiebre de la fe eclesiológica le subyace una debilidad paralela de la fe en el vínculo amoroso que une al Señor con su Iglesia y en la acción del Espíritu Santo en Cristo y en su Esposa: ”creyendo – dice Ignacio - que entre Cristo Señor, esposo, y la Iglesia su esposa, es el mismo Espíritu que nos gobierna y rige” [Regla 13ª; EE 365]. No se trata pues de un mero problema disciplinar sino de una desobediencia que nace de un espíritu de impugnación; se trata de una rebeldía espiritual, que se origina en una debilidad de la fe y culmina en la pérdida de la fe católica y una separación de la comunión eclesial.




De este afecto rebelde, observable también hoy tanto en algunos fieles católicos como protestantes, nacen todas las impugnaciones disciplinares y de aspectos particulares de la vida eclesial. La terapia del mal que propone Ignacio no pasa ni por la polémica ni por la impugnación. A este mal opone San Ignacio aquel afecto creyente y católico que aprueba y alaba los usos católicos impugnados. Alabanza de la práctica sacramental, confesar con sacerdote [2] , comulgar con la mayor frecuencia posible, oír misa a menudo, cantos, salmos y oraciones en el templo y fuera de él, oficio divino y horas canónicas. Alabanza no solamente de los sacramento sino también de los sacramentales, puestos bajo sospecha o acusación de ser prácticas supersticiosas: vida religiosa y votos de religión, virginidad, continencia, devoción a los santos y a sus reliquias, invocación de su intercesión; peregrinaciones, indulgencias, cruzadas; agua bendita, incienso, escapularios y medallas, bendición de personas, de animales y de objetos, de imágenes, de casas y edificios; candelas encendidas, ayunos y abstinencias, tiempos litúrgicos; penitencias internas y más aún externas (cilicios, disciplinas); ornamentos litúrgicos, edificios de iglesias [3] .


 Hoy habría invitado a alabar el uso del velo para orar las
mujeres, y de reclinatorios

 [4] . Alabar la abundancia de retablos e imágenes sagradas tenidas en veneración [5] . Alabar preceptos de la Iglesia, sus tradiciones y costumbres de los mayores. Alabar la teología positiva y también la escolástica [6] .

Este elenco permite comprobar en qué y en qué medida, según los lugares, personas, parroquias, órdenes y congregaciones religiosas, estos usos han sido y siguen siendo impugnados, abandonados o combatidos, sea mediante cuestionamientos teóricos sea mediante burlas; o están en regresión o en proceso de desaparición.

Y esto demuestra hasta qué punto permanece viva la tentación interior contra la comunión.

Para terminar señalemos un hecho: la protestantización es hoy una epidemia del catolicismo en Latinoamérica donde asistimos a un verdadero éxodo de fieles católicos hacia los cultos pentecostales o evangélicos. Unos, en su mayor parte los profesionales e intelectuales, porque se han enfriado en su pertenencia católica debido a la transculturación a la cultura globalizada adveniente y dominante. Otros porque van a buscar fervor en los cultos pentecostales; o respaldo moral y solidaridad comunitaria en comunidades evangélicas.
                                                                                                         Religiosas modernas


Otros porque caen en las redes de un pseudocristianismo sin cruz que les promete el pare de sufrir. Pero el actual abandono multitudinario de la comunión católica es el desenlace final de un mal que se venía incubando desde mucho antes debajo de las apariencias exteriores de la comunión eclesial católica.

Después de describir el síndrome protestante, sus síntomas y su naturaleza íntima, escuchemos las voces de atentos observadores de la realidad eclesial, que han señalado la presencia actual del mal y nos permitirán comprender mejor su naturaleza, sus causas y su desenlace.


Mons. Marcel Lefebvre Comenzamos por la voz de quienes, debido a la alarma ante la gravedad del mal y por la vehemencia misma de su preocupación, terminaron, desgraciadamente, apartándose de la comunión eclesial. Tras la finalización del Concilio Vaticano II, Monseñor Marcel Lefebvre le había reprochado al Novus Ordo Missae de Pablo VI, haber abierto el camino a la protestantización de la celebración eucarística católica. Fue ese uno de los motivos, aunque ni el primero ni el principal, por el que sus protestas terminaron en cisma. Diríamos que fue la gota que desbordó el vaso.

Su sucesor Mons. Bernard Fellay, en sus conversaciones con el Cardenal Darío Castrillón Hoyos, mantenidas con la esperanza de restaurar la unidad en ocasión del año jubilar del 2000, previno que, aún si volviese hoy a la unidad católica, seguiría combatiendo el modernismo y el liberalismo en la Iglesia y continuaría sosteniendo, entre otras cosas, que “la misa de Pablo VI tiene silencios que abren el camino a la ‘protestantización’” y que se seguiría oponiendo “a una forma de ecumenismo que hace perder la idea de la única Iglesia, con el peligro de una mentalidad protestante” [7] . Si volviera a la comunión no estaría solo en esta lucha en la que se siguen empeñando muchos católicos, como veremos a continuación.


Señalar la protestantización no significa ser lefebvrista Dado que estas denuncias han sido casi una bandera del sector de creyentes cuyo sentir interpretaba Mons. Lefevbre y sus seguidores, han estimado algunos que hablar de protestantización – ya sea de la celebración eucarística ya sea de otros aspectos del catolicismo - sería algo propio y exclusivo de una óptica “fundamentalista” y, por eso, un tópico que habría que desechar, so pena de incurrir en lefebvrismo.

Esta afirmación no resiste al examen. Porque no han sido solamente Monseñor Marcel Lefebvre y la Hermandad Pío X, quienes han señalado la tendencia protestantizante dentro del catolicismo actual. Coinciden en comprobar y reconocer lo mismo, con parecida alarma, numerosas voces eclesiásticas católicas nada sospechables de lefebvrismo; que señalan y resisten el proceso desde dentro de la comunión católica. Espiguemos algunas...

Monseñor José Guerra Campos

Mons. José Guerra Campos, destacada figura del episcopado español, que participó en el Concilio Vaticano II, comprobaba en 1980 que estaban ocurriendo ya “tantas cosas extrañas” en la Iglesia católica en la España postconciliar, “que su acumulación – decía - anula ya la extrañeza, convirtiendo lo deforme en algo acostumbrado”. Y se preguntaba acto seguido: “¿No demuestra esto precisamente que está en marcha un proceso de protestantización de la Iglesia en España?”. Proponía este prelado como medida imprescindible, con la finalidad de que las fuerzas sanas que había todavía en el catolicismo español contuviesen el proceso de protestantización y consiguiesen en España un nuevo florecimiento de la vida católica, “la acción adecuada de la Jerarquía”, para lo cual es – decía – “indispensable que los organismos dependientes de la Jerarquía no sigan albergando la oposición al Magisterio de la Iglesia” [8] . Es decir, que las tendencias protestantizantes habían penetrado y se albergaban, según el diagnóstico de este prelado, dentro mismo de las instituciones eclesiásticas oficiales y a vista y paciencia de la jerarquía española.

El Rin se vuelca en el Tiber

Si esto estaba empezando a suceder con el episcopado español del postconcilio, en otros episcopados la situación era de larga data. Ya dentro del aula del Concilio Vaticano II se puso de manifiesto una tensión, sin duda preexistente, entre la óptica de los obispos provenientes de los países de mayoría protestante por un lado y los provenientes del mundo latino y de mayoría católica por el otro. Ralph M. Wiltgen SVD en su libro El Rin desemboca en el Tiber. Historia del Concilio Vaticano II [9] : ha mostrado documentadamente cómo la influencia protestantizante llegó a Roma desde los países bañados por el Rin (Alemania, Austria, Suiza, Francia y Holanda) y de la vecina Bélgica [10] . “Los cardenales y teólogos de estos seis países – afirma y documenta el Padre Wiltgen - consiguieron ejercer un influjo predominante sobre el Concilio Vaticano II”. El Padre Wiltgen fue testigo de las luchas libradas dentro y alrededor del aula conciliar, a la que no eran ajenas las infiltraciones culturales del mundo y las presiones de la prensa y de los centros de documentación.

“La opinión pública sabe muy poco – afirma – de la poderosa alianza establecida por las fuerzas del Rin, factor que influyó de forma considerable sobre la legislación conciliar. Y se ha oído hablar todavía menos de la media docena de grupos minoritarios que surgieron precisamente para contrarrestar esa alianza”.


Alrededor del Primado de Pedro: La Nota Explicativa Previa


Humanamente hablando, sin la acción moderadora del Espíritu Santo y del justo medio alcanzado gracias a su acción, se hubiera impuesto la visión de gran parte de los episcopados residentes en el mundo protestante. Esta tendencia se puso de manifiesto no solamente alrededor del Concilio sino incluso dentro del aula, en forma de visiones eclesiológicas ‘episcopalistas’ que amenazaba menguar la autoridad suprema, doctrinal y jerárquica correspondiente al primado del Papa. Pablo VI tuvo que moderar la fuerza de esa tendencia y de lo que había logrado en la redacción de la Lumen Gentium, mediante la Nota explicativa previa [11] referente al capítulo tercero de esa Constitución. Pablo VI salió así al paso de interpretaciones del texto conciliar que ya circulaban y que apuntaban a recortar la autoridad propia que la tradición católica reconoce al sucesor de Pedro y Vicario de Cristo, Se pretendía relativizar el dogma de la Infalibilidad, proclamado por el Vaticano I.

La Comisión Doctrinal, ‘por Autoridad superior’, es decir por mandato del Papa, declara en la Nota explicativa que: “El paralelismo entre Pedro y los demás Apóstoles por una parte, y el Sumo Pontífice y los demás obispos, por otra, no implica la transmisión de la potestad extraordinaria de los apóstoles a sus sucesores ni, como es evidente, la igualdad entre la Cabeza y los miembros del colegio”.

La necesidad en que se vio Pablo VI demuestra que lo relatado por Wiltgen se ajusta a la verdad histórica y que entre los mismos Padres conciliares había una fracción que, sin la intervención del Magisterio pontificio, hubiera podido excederse en la dirección que sale a vetar Pablo VI. Se había logrado un texto ambiguo que se prestaba a ser interpretado en la dirección de una eclesiología protestantizada, tendiente a recortar la autoridad Papal, nivelándola con la de los demás obispos.

De hecho, después del Concilio, y para dar satisfacción a esas aspiraciones en lo que tenían de justas y no se apartaba de la sana eclesiología, se crearon las conferencias episcopales y los sínodos periódicos de obispos.

( Continua)

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