miércoles, 15 de julio de 2009

AYER LA PESTE HOY LA GRIPE A‏


Monseñor Belsunce, el obispo confiado en la misericordia del Corazón de Jesús para con su pueblo

Magdalena Rémuzat, hija de una pequeña familia de Marsella, desde pequeña había querido ser religiosa .Ingreso muy joven en el primer monasterio de la Visitación de la ciudad profesando con el nombre de Ana Magdalena en enero de 1713, tomando el velo ante el obispo monseñor Belsunce.
Por su extraordinario don de consejo hace que la nombren asistenta del noviciado.
Ana Magdalena sufría de frecuentes migrañas que le impedían hacer vida ordinaria de comunidad, la superiora que sabia de los dones místicos de la hermana, pero dudaba y por lo tanto le dijo como a Santa Margarita Maria “pedidle a Nuestro Señor que os cure y os creeré”, así lo hizo y la migraña de inmediato desapareció.

Como monseñor Belsunce había aprobado la misa en honor del Corazón de Jesús para la diócesis, Ana Magdalena pensó establecer una cofradía en su monasterio; se pidió un breve de erección a Roma, que fue concedido en 1717, y para su inauguración hizo imprimir un libreto con su reglamento y unas páginas con la historia de la devoción.
Al año siguiente el 29 de febrero durante las Cuarenta horas que precedían a la cuaresma de 1718, el Santísimo Sacramento estaba expuesto en la iglesia de los franciscanos, cuando de repente y ante una muchedumbre de fieles, Nuestro Señor se mostró visible en la Hostia, resplandeciente de majestad; su mirada era a la vez tan dulce y severa que los presentes no la podían sostener. La hermana Rémuzat, que desde su monasterio había conocido el milagro por revelación, se lo comunico a su superiora, y también le transmitió que Jesús le había dicho que si los marselleses no se rendían ante esta llamada de la Misericordia, serian castigados de un modo terrible. Así lo refirió la madre superiora al capellán, el jesuita padre Milley, que previno al obispo.


Monseñor Belsunce, que conocía la santidad y los dones místicos de la hermana Rémuzat, no se sorprendió de las quejas del Señor, y admitió sin más la comunicación. Conocía los vicios de los marselleses, su sensualidad, su lujo, su gula, su avaricia, y como el veneno del jansenismo se infiltraba cada día mas entre el clero.
Antes de recalar en Livorno habia muerto un pasajero turco y dos marineros murieron poco después. En Livorno fallecieron tres marineros más pero el medico de a bordo no quiso reconocer la causa de esas muertes. El capitán dio cuenta de los fallecimientos al arribar a Marsella, pero no indicó el hecho significativo de que nadie quisiera tocar los cadáveres siendo arrojados al mar.

Los médicos ya no pudieron ocultar el terrible nombre: peste

Las autoridades de Marsella tenían sus sospechas, pero los comerciantes de la ciudad esperaban impacientes la carga del barco, seda ya algodón por valor de cien mil escudos, e insistieron en que se le permitiera descargar al menos en las afueras del puerto. El 27 de mayo moría otro marinero, luego un grumete, y poco después tres porteadores que habían descargado la mercancía.
Sólo cuando cesaron estas extrañas muertes a mediados de junio se permitió desembarcar a los pasajeros, pero a primeros de julio comenzaron a enfermar y a morir numerosos habitantes del puerto y de los barrios marineros de la ciudad. El 8 de julio los médicos no pudieron ocultar ya la causa de las muertes y la llamaron por su terrible nombre: la peste. El día 16 monseñor Belsunce ordenó recitar en la misa de todas las iglesias de la ciudad la oración a san Roque, abogado frente al contagio y patrón de la Provenza, y exhortó a los fieles a la penitencia y “a una entera sumisión de espíritu a las sagradas decisiones de la Iglesia, único medio seguro de detener el brazo de un Dios irritado”.
Las autoridades ordenan clausurar las iglesias y demás centros de reunión para evitar el contagio, y aunque muchos marselleses temerosos huyeron de la ciudad apestada abandonando a los enfermos a su suerte, el 29 de julio monseñor Belsunce reúne en el obispado a los párrocos y superiores de comunidades de religiosos y les ordena que cumplan con su ministerio: “Así como sería indigno de un soldado querer sólo llevar la espada en tiempo de paz, sería también indigno de los sacerdotes, y pasarían por laxos y mercenarios, si sólo quisieran confesar y administrar los sacramentos cuando no hubiera riesgo para su reposos, su salud y su vida.” Sacerdotes y religiosos se entregaron heroicamente a su ministerio, confesando y extramaunciando sin descanso a sanos y enfermos.

Miles de cadáveres insepultos se pudren bajo el sol frente a la Catedral

Las muertes se multiplican de día a día, y desde hacía un mes más de dos mil cadáveres insepultos se pudrían bajo el sol de agosto mediterráneo sobre la explanada desde el fuerte de San Juan a la Catedral. En el diario municipal se lee: “Estos miles de cadáveres ya no tienen forma humana, y sus miembros estaban cubiertos de gusanos.
El caballero de Roze hizo despejar dos bastiones de la muralla que databan del tiempo de los romanos, y pidió al Señor de Rancé, comandante de galera, cien nuevos forzados, pues los cientos empleados anteriores habían muerto en su mayoría. Los alineo frente a los cadáveres cubriéndose cada uno la boca y la nariz con vinagre, par luego cubrir los miles de cadáveres con cal y tierra. La mayoría de estos soldados y galotes murieron, pero el caballero de Rancé solo sufrió un indisposición, dicen que su temeridad hizo retroceder la muerte.
El jesuita padre Milley, capellán de la Visitación quien dos años antes había transmitido al obispo el aviso de la hermana Rémuzat, se traslado al barrio más apestado al que nadie quería ir, para ir de casa en casa consolando y confesando a los apestados. El 23 de agosto tras confesar más de una hora rodeado de muertos en putrefacción, cuyo olor infecto le sofoca, cae desmayado. El día 27 escribe” Todavía estoy sano, pero muy acabado, espero ser atacado como los demás de un momento a otro”. Ya lo estaba; el 28 escribe a monseñor Belsunce despidiéndose de él hasta el cielo:”Vuestra Ilustrísima no debe temer nada, pues nuestro buen Dios, siempre bueno y clemente, no afligirá el rebaño en la persona de su muy amado pastor, tan necesario a sus ovejas”. El 2 de septiembre el padre Milley partía para el cielo, desde donde vería la realización de su profecía, pues importaba a la gloria del Corazón de Jesús que el obispo de Marsella no muriera.

“¡Oh glorioso azote que debe aportar la gloria del Corazón de mi Salvador!”

A instancias de sus familiares, el prelado había autorizado a las religiosas de los monasterios de la Visitación en ciudad a que se retiraran al campo, lejos de la ciudad apestada, pero éstas habían decidido no huir. La hermana Rémuzat implora incesantemente perdón y piedad al Corazón de Jesús, que se le muestra inexorable, hasta que la hermana comprende que la misericordia sobrepasa la justicia y que el terrible azote será la ocasión querida por Nuestro Señor para el establecimiento de una fiesta en honor al Sagrado Corazón, y así escribe, recordando el texto de oficio del sábado Santo: “¡Oh glorioso azote que debe aportar la gloria del Corazón de mi Salvador!”
La superiora le ordena a la hermana Rémuzat que le pregunte a Jesús qué condiciones pide para reconciliarse con la ciudad culpable, y la respuesta que esta le escribe el 13 de octubre es clara: “Me ha mostrado que quiere purificar a Marsella de los errores que se hallaba infectada, abriéndole su adorable Corazón como una fuente de toda verdad. Pidiendo una fiesta solemne para honrarlo y que cada fiel se le consagre.”
El día que el Señor había elegido era el siguiente a la octava de Corpus, la consagración se haría mediante una oración a elección del Obispo. Por este medio serian librados del contagio y no les faltaría el socorro a través del poder de este divino Corazón.

Informado de ello monseñor Enrique Xavier de Belsunce, el 22 de octubre se decide a pedir ya el socorro al Sagrado Corazón de Jesús, recordando las palabras de Margarita María en el relato de la gran revelación de 1675 “el Corazón de Jesús que ama a los hombres incluso a los ingratos y pecadores hasta agotarse y consumirse para testimoniarles su amor”, exhortando así a sus fieles a la penitencia y arrepentimiento, ya que ante los males que los afligían.
Tras esto establece la fiesta del Corazón de Jesús para aplacar así la cólera de Dios y hacer cesar el temible azote que asola el rebaño que me es siempre tan querido, para hacer honrar a Jesucristo en el Santísimo Sacramento, reparando así los ultrajes que le han hecho por las comuniones indignas y sacrílegas y por las irreverencias que sufren en este misterio de su amor por los hombres, para hacerle amar por todos los fieles a nos confiados, en reparación de todos los crímenes que han atraído sobre nosotros la venganza del cielo, venimos a establecer y establecemos en toda nuestra diócesis, la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús, que desde ahora en adelante se celebrará cada año el viernes inmediato a la octava del Corpus, día en que ha sido fijad ya en diversas diócesis de este reino, y hacemos de ella fiesta de guardar en toda nuestra diócesis, permitiendo que ese día cada año el Santísimo Sacramento sea expuesto en todas las iglesias de las parroquias de esta ciudad, así como en todas las comunidades seculares y regulares de nuestra diócesis…¡Felices mil veces los pueblos que por su alejamiento de las novedades profanas, por su firme mantenimiento de la antigua y santa doctrina, por su humilde y perfecta sumisión a todas las decisiones de la Iglesia, esposa de Jesucristo, por la regularidad y santidad de su vida, serán hallados conformes al Corazón de Jesús, y cuyos nombres serán escritos en este adorable Corazón! Él será su guía en los caminos peligrosos de este mundo, su consuelo en su miseria, su asilo en las persecuciones, su defensor frente a las puertas del infierno. Dado en Marsella 22 de octubre de 1720. Enrique, Obispo”


Como en este año la octava de Corpus ya había pasado, y la gravedad de la situación no permitía esperar hasta el mes de junio del próximo, dispone el prelado que ocho días después, el 1er viernes uno de noviembre, se celebre este año por primera vez la fiesta del Corazón de Jesús, consagrándose el pueblo a Él. La idea de la procesión no agrada al gobernador ni a los munícipes de la ciudad, pues dicen debe evitarse que la aglomeración de gentes, pero el obispo reafirmar su decisión y como jefe religioso que no depende de nadie en el país, prepara un gran altar en el paseo principal de la ciudad.
El día de todos los santos, desde la aurora, las campanas de todos los templos, cantan la gran solemnidad naciendo la esperanza en los corazones arrepentidos.
Satanás furioso contra la idea del obispo, desató dificultades: los elementos parecían adversos, como un viento sumamente fuerte dificultando la procesión, pero el obispo no se amilanó, ya su inicio se calmó hasta el punto de que no se apagaron los cirios del altar.
A las diez comienza la procesión, monseñor la realiza descalzo llevando una cruz en brazos como victima expiatoria cargando con los pecados del pueblo. Detrás del clero, seguido de los ciudadanos de Marsella, pálidos, descarnados por los sufrimientos de largos meses que quieren rezar con su gran obispo y consagrarse con él al sagrado Corazón de Jesús. Monseñor pide a los feligreses una entera confianza en el Corazón de Jesús, y de rodillas, con un cirio en la mano, con fuerte voz hace el acto de reparación:
“Oh Corazón adorable del Salvador de todos los hombres, en esta solemnidad de vuestra fiesta os consagro de nuevo, esta ciudad y su diócesis, mi corazón y el de todos mis diocesanos. Os entregamos nuestros corazones a vuestro divino servicio sin reserva y para siempre. Dios de bondad, venid a tomar posesión de ellos, venid a reinar como único Señor ya desterrar de él el amor profano y criminal de las criaturas y de los bienes perecederos. Apartad todo lo que os desagrade, purificad sus intenciones, adornarlo con todas las virtudes, suaves, humildes y pacientes; abrasadlos con el fuego sagrado de vuestro amor.
Que nunca olviden los santos propósitos que han hecho en estos días de duelo y de lágrimas…Que no palpiten sino para vos para que nuestros nombres estén escritos en vuestro Corazón como en el libro de la vida, os adoramos, alabamos, y bendecimos, y os amamos para toda la eternidad. Así sea”
Luego el Obispo tomando el Santísimo bendice a su desgraciado pueblo.
Los concejales que habían acordado no ir a la ceremonia, y aseguraron que al día siguiente de tal imprudente aglomeración de gente el número de moribundos se duplicara. Pero no fue así ya que el Señor había dispuesto de otra manera, de tal manera el obispo dispuso dos procesiones mas, el 15 de noviembre y la víspera de fin de año de 1720. La peste había perdido ya su fuerza, disminuyendo los enfermos de miles a ínfimas unidades.

El día 20 de junio de 1721 monseñor Belsunce convocó a sus diocesanos para realizar la procesión el viernes siguiente a la octava de Corpus, cumpliendo con lo que el Señor había pedido por medio de la hermana Rémuzat, llevando al Santísimo Sacramento en dicha procesión. La peste desaparece por completo abriéndose las iglesias y el aumentando el fervor y devoción de los marselleses.

Revista: Cristiandad
(Al Reino de Cristo por los corazones de Jesús y María)
Año LXII- Núm.884
Marzo 2005

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